En el olimpo de los dioses paganos y de tribuna, Maradona ya tiene reservado un lugar. Cuando parece que se cae, que desaparece, que lo abandonan los fieles, resurge de entre las tinieblas. Y factura. Factura y produce milagros. En diez días, el club que lo contrató como técnico, Gimnasia y Esgrima de la Plata, que está peleando el descenso, se llenó de sponsors. Embolsó 10 millones de pesos de un saque, estrenó nueva camiseta, aumentó en miles sus socios y se permitió lujos impropios para un club pobre de toda pobreza: Flybondi ofreció plotear un avión privado con la cara de Maradona para que los jugadores se trasladen a los partidos en cancha visitante. Si eso no es un milagro que alguien me explique a qué se llama multiplicar panes y peces. “las posibilidades comerciales que se abren ahora son insospechadas”, se relamió un dirigente.
A lo largo de su vida, Maradona tuvo que hacer un reparto de bienes con su ex; mantuvo a, por lo menos, nueve hijos reconocidos; fue quebrado por varios representantes; derrochó a lo loco y aquí está, volviendo a reinventar su capacidad productiva, no por lo que puede dar en el fútbol, sino por lo que representa. La gloria del pasado.
Hoy a nadie parece importarle que esté gordo, que no pueda caminar, que tuvo una vida privada reprochable, que habla con delay, que vive medicado. A los dioses no se les pide que estén a dieta o que se les entienda lo que dicen. A los dioses se los idolatra sin preguntas. Sobre todo cuando multiplican panes.
Uno de los neurólogos que atendió alguna vez a Maradona encendió una alerta, con una mirada más científica que futbolera, por lo cuál seguramente merecerá sufrir en la hoguera de los traidores a la pelota. “para Él, no es recomendable un trabajo con tanta exposición”, dijo, casi con timidez. Pero esa advertencia tampoco a nadie le importó. Porque los dioses nunca mueren. Y la máquina de imprimir estampitas ya no puede detenerse.