Los tiempos han cambiado: antes los jóvenes se sublevaban a las estructuras del poder. Ahora llaman la atención con actos individuales y hedonistas. El factor redes sociales.
Rubias, cancheras, con ropa a la moda y seguras de sí mismas. Una de ellas viaja a Disney varias veces al año. Otra tiene amigas famosas en las redes. Sabían lo que buscaban: ropa y objetos de marca. Las cinco menores, de entre 14 y 16 años, que protagonizaron este verano un raid delictivo en tiendas de Pinamar pertenecen a familias acomodadas. Por eso sorprendió su gusto por lo ajeno. Es más, el padre de una de ellas comía waffles en un bar top de la ciudad balnearia mientras su hija robaba perfumes a pocas cuadras. No me asusta la transgresión adolescente. Aunque sea estúpida y grave, como en este caso, que terminó con chicas esposadas en una comisaría que, hasta llegar allí, no habían tomado real dimensión de su accionar. ¿Quién, a esa edad, no se ha rebelado contra sus padres, quizás con una mentira, una orden desobedecida o un cigarrillo a escondidas? una conducta de manual que busca tomar distancia del mundo adulto para construir el propio. Lo que llama la atención aquí es la frivolización de la rebeldía. ya no hay detrás de estos actos la necesidad de cambiar el mundo como, por ejemplo en el Mayo Francés del ‘68, cuando los jóvenes buscaban sublevarse contra las instituciones del Estado, la familia y el poder. Ahora el grito es hedonista. Se rebelan por una cartera Louis Vuitton o un par de lentes Armani. Es evidente que detrás del llamado de atención de estas chicas no hay una carencia. Probablemente ninguna de ellas necesite pegar el manotazo en una tienda de ropa para tener la cantidad de prendas que sacaron de sus mochilas frente a la policía. Robaron por diversión. Y después lo contaron sin pudor en las redes sociales.En el espacio virtual se dirimió todo: la opinión de sus seguidores que, en su mayoría, avaló el robo como un acto canchero y osado.y el extraño mea culpa de las jóvenes que por supuesto tuvo lugar en Instagram, la meca del yoísmo. “Estaba con unas amigas y nos la mandamos. Mal. Pero ya está, ya fue”, dio por cerrado el tema una de ellas. “Gente, enfóquense en su vida y en us errores y dejense de meter en los nuestros”, posteó otra. Así de simple. Así de rápido. Ninguna reflexión más profunda que el tiempo que dura una instagram Story. El sociólogo Esteban Maioli sostiene que estas mecheras VIP encarnan una transgresión vacía, en sintonía con un clima de época también vacío. “Hay una necesidad de mostrarse frente a los demás con un acto que no tiene nada de contenido, pero que al estar asociado a ciertas pautas de consumo se juzga como algo cool dentro de su grupo de pares. Con la aprobación de esas conductas deseables, a través de los likes de las redes, los chicos logran transformarse en líderes de su generación. En líderes sin contenido”.Posiblemente no sea sólo culpa de ellas. Los adultos también nos movemos bajo los parámetros de un mundo líquido, término acuñado en los ‘90 por el filósofo Zygmunt Bauman que bien explica él: “No estamos comprometidos con nada para siempre, sino listos para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua”. Valores ajustables. la vida editada para mostrársela al otro. Una actitud permanente en modo selfie. Esos son los ejemplos que a veces damos y que, sin darnos cuenta, van construyendo una sociedad narcisista y exprés. Hasta que un día, nuestros hijos dejan la vida por una cartera Louis Vuitton y nos preguntamos ¿qué pasó?