Muchas veces escuchamos decir que la tecnología “enfrió” las relaciones, me permito disentir un poco con eso. Todos nos vamos sumando a esta movida, usando cada vez más Facebook, Instagram y WhatApp para comunicarnos con nuestra familia y estar más “en linea” con sus vidas. Ahí es donde vemos cómo la tecnología nos abrió un panorama nuevo a expresar sentimientos. Tomar esa iniciativa lleva consigo un aprendizaje constante para poder entrar en un mundo nuevo y desconocido pero una vez que entramos los efectos parecen mágicos. Un emoticón, una frase que otro subió y puedo dedicarla a un ser querido, una foto de años que recuerda un buen momento vivido, un texto que me animo a publicar y cientos de personas a la vez pueden leer, es algo maravilloso. Todo eso permite directa o indirectamente sacar algo de nosotros, expresarnos tal vez sin que nos haga avergonzarnos o intimidarnos.
Cuando vemos a los chicos y adolescentes como se relacionan entre ellos tan libremente, sacan “escrachos” y no les importa como salieron en la foto; a su vez nosotros mismos con ellos podemos liberar parte de nuestro niño interior. Todo esto nos hace concluir que junto con el boom tecnológico se dio el fenómeno de “la revolución de la comunicación de los sentimientos”. Sentimientos que salen de una manera mucho más natural y espontánea. Y es revolucionario porque todo fue en poco tiempo. Ahora bien, esto también puede ser engañoso si vemos como atrás de ese te quiero no hay un accionar, un acompañar, un estar. Venimos de generaciones, no tan lejanas, donde por ejemplo mi madre me contaba como nunca tuteaban a su padre y en la mesa casi ni se le hablaba por respeto. Más tarde en mi casa un “hija te quiero, te amo” no era común o habitual. Puedo recordar mi sensación mezcla de asombro, felicidad e incomodidad por esas palabras de mis padres. Quienes somos de esos tiempos, en que todo era distinto, nos sigue emocionando tan sólo al imaginar como a una tía lejana le alegramos el día a la distancia, tal vez subiendo una foto a Facebook en la que estamos con ella o escribiéndole lo mucho que la queremos y lo importante que fue en nuestras vidas. Algo que antes para hacer un contacto era hacer un sobre, estampilla y al correo, ahora nos lleva 2 clicks, un mail o un contacto y tal vez el día cambió al instante para quien lo escribió y para quien lo recibió, parece mágico.
Tenemos un presente maravilloso en lo que a la tecnología se refiere. El potencial asusta pero hoy en día, ante la alternativa de quedar aislados del mundo, ya no es una elección. Por eso, los que vivimos otra infancia y nos sumamos ahora a ser “arte y parte” de esta revolución 3.0, nos vemos enfrentados a la situación de tener que buscar el equilibrio, tomar lo bueno y mostrarlo a las generaciones tan digitalizadas. Sumar a ese te quiero virtual un abrazo real que dice estoy acá presente y me importás mucho. El amor no alcanza con lo virtual, pero sin duda es un gran paso.
Liliana Rabboni