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Rumbo a Los Oscars
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Con una larga y reconocida trayectoria en la publicidad, pero outsiders en el mundo del teatro, Raúl López Rossi y Gustavo González festejan los recientes siete premios Hugo de Cuando Frank conoció a Carlitos, el musical de su autoría. Nos cuentan acerca de un largo camino de casi cinco años hasta llegar a la calle Corrientes.
Cuando las luces de la sala se apagan y a la oscuridad se suma el silencio, nuestras expectativas están a tope. Algo va a suceder. Esperamos que el espectáculo nos absorba, que nos lleve de viaje al futuro, al pasado, a descubrir mundos desconocidos y hasta inexistentes, mientras su magia nos hace confiar y creer. Que la certeza de estar viendo una ficción desaparezca es uno de los mayores aciertos de una pieza teatral. Quebrarla no es un logro menor, y Cuando Frank conoció a Carlitos es un perfecto ejemplo de eso.
El musical, basado en el encuentro en Nueva York —nunca confirmado— entre Carlos Gardel y un jovencísimo Frank Sinatra, nos seduce desde el primer momento. Dirigido por Natalia del Castillo y concebido desde su inicio como pieza teatral, también fue una película de Disney, hasta que le tocó el turno de ocupar su espacio en la calle Corrientes y lucirse a sala llena.
Raúl López Rossi y Gustavo González, amigos y compañeros del mundo publicitario, debutaron como guionistas de esta obra de una forma casi casual.
—En una charla distendida, un amigo nos contó acerca de alguien que tenía un pequeñísimo teatro en San Telmo y buscaba un espectáculo sencillo para un aforo de apenas setenta personas y un escenario que era apenas una tarima. Nos preguntó si se nos ocurría algo. Medio delirando y pensando en una zona tan turística, propusimos un espectáculo de tango en inglés: dos cantantes y un piano (más no cabía) —cuenta Gustavo.
—Nos entusiasmamos con la idea y elegimos la historia mitológica del encuentro de Gardel con Sinatra en Nueva York, cuando Frank tenía apenas diecinueve años. Estábamos decididos a producirlo y estrenarlo pasara lo que pasara, pero cuando todo estuvo listo, se declaró la pandemia —agrega Raúl.
—Habíamos hecho un tráiler filmado en otra sala y ese material llegó a gente de Disney. Tuvimos suerte y no solo les gustó, sino que nos propusieron hacer una película. En esas circunstancias y con el nombre Disney de por medio, la respuesta no era muy difícil. La peli llegó a ochenta países, pero nosotros no abandonábamos el sueño de verla en teatro — cuenta Gustavo, que va entusiasmándose con el relato—. Otro golpe de suerte, después de tanto remar, fue que Eduardo Eurnekian, fervoroso gardeliano, viera la peli de Disney y quisiera ayudar a financiarla. Nos propuso trabajar con un experto como Héctor Caballero y aportó siete músicos súper jóvenes de la orquesta de Aeropuertos Argentina 2000, para completar los nueve integrantes de la orquesta que toca en vivo, cada noche en el teatro.
Las letras están traducidas, ¿cómo lo hicieron? No es una tarea fácil.
—Lo hicimos entre varios —dice Raúl—. Los textos se fueron construyendo y había que respetar la sonoridad y conocer el vocabulario "lunfardo" de los años 30 en EE. UU., que, desde ya, no es el actual. Algunas palabras fueron imposibles de traducir, como "Cambalache" (el momento en que se canta es uno de los picos de entusiasmo del público). La traducción fue un largo trabajo conjunto porque no se trata de traducir literalmente, sino de interpretar sin que se pierda la musicalidad. Para eso, Nico Posse, el director musical, hizo arreglos de gran calidad.
Sabiendo que el encuentro Sinatra-Gardel pudo o no ser cierto y animándose a traducir las letras de tangos clásicos, ¿tuvieron quejas por parte de los sectores más tradicionales?
—Para nada. Hasta vino gente de la Fundación Carlos Gardel y quedaron encantados con el espectáculo —contesta Gustavo.
Buenísimos cantantes (Oscar Lajad borda a Carlitos, Alan Madanes se luce como un entrañable Frank y Antonella Misenti, en su encantadora Nancy Barbato), sumados a una orquesta en vivo y a bailarines que muestran un tango bailado a lo argentino, son los condimentos de un espectáculo ágil, donde el ritmo no decae y logra atrapar a un público de edades muy diferentes.
¿Qué piensan que lo hace tan apreciado por distintas generaciones, algunas que ni siquiera tienen bien claro quiénes fueron Sinatra o Gardel?
—A pesar de que somos dos outsiders en el mundo del teatro, esta obra funciona para el público joven como una especie de "manual para entrarle al tango". Rescata valores nobles que se reconocen como de nuestra historia y de nuestra cultura popular, y nos vuelve a recordar quiénes somos —explica Raúl.
¿Cómo se sintieron frente a su obra en el escenario después de tanto trabajo?
López Rossi: Como dos nenes felices en la platea. Se siente una energía buenísima del público. Nos gusta mezclarnos entre la gente a la salida. Escuchar los comentarios sobre la obra es muy gratificante.
González: El teatro te pide mucho más que el cine, y es emocionante ver cómo la obra crece con cada función. Además, hoy la calle Corrientes está llena de vida con gente, espectáculos, luces, movimiento, y esa atmósfera suma.
¿Qué hará la obra a partir de ahora?
—Nos acabamos de mudar al Teatro Astral y nos quedaremos hasta el verano. Buenos Aires en verano es una buena plaza para espectáculos; hay turismo y mucho movimiento local también —dice Gustavo. También está el deseo de Uruguay, Chile, España y, claro, el sueño de Broadway. Allí hay un mercado hispano enorme, un gran gusto por el musical, y la obra, al tener traducción de todo lo dicho y cantado en pantalla, es ideal.
Texto: Luz Martí
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