Porque si bien Rial padre vive del escándalo ajeno, cuando se trata de la nena es otra cosa.
La intimidad ya dejó de ser un velo que se corre entre cuatro paredes. En la era digital lleva el ritmo de la tele: es una apuesta minuto a minuto, en la que los famosos muestran compulsivamente su vida privada a través de las redes sociales. Tomando un baño de espumas. Cocinando en tanga. Amaneciendo en la cama desnuda y sin mal aliento. Escenas que en otro momento hubieran sido absolutamente irrelevantes para contar al gran público, pero que ahora forman parte de un reality en continuado que logra poner colorado a John de Mol, el tan criticado creador de “Gran Hermano” a fines de los ‘90. Vidas al desnudo que bien podrían reconstruirse desde los archivos de un celular.
Para ser rigurosos, este síndrome de “incontinencia intimista” no es propiedad de las celebrities. La sobreexposición, y lo que se conoce como el fin de la privacidad, es producto de la sociedad de la postverdad en la que el éxito se mide en likes y no en talento. Antes, la búsqueda de aprobación se circunscribía a la gente más cercana. Ahora, el aplauso es digital y la tribuna puede llegar a completar una cancha de River. Cuando algo se viraliza significa que fue aceptado por miles de ojos. El gran emperador, la comunidad virtual, levanta entonces su pul-gar. Eso da una sensación de popularidad que, en otros tiempos, sólo unos pocos alcanzaban. Las personas comunes pueden convertirse en “famosas” sin intermediación de la embrollada industria de los medios. Con una simple transmisión por Facebook live que llegue al corazón como fue el caso de “hola, soy Anto”- o un video apasionado como el sesentón que se enojaba a los gritos por la derrota de River, cualquiera puede quedar en las puertas de “Showmatch”.
“En esta época, más que nunca, está muy presente en la sociedad lo que yo llamo un ‘aspiracional de fama’. La gente cree que el famoso siempre es feliz y quiere alcanzar eso”, explica la socióloga Julieta Alonso. La admiración por “el que sale la tele” existió siempre. Pero hoy ese deseo es más democrático. Las redes permiten editar nuestras propias vidas, elegir qué mostrar y qué no. Por eso, los recortes de la realidad que se publican en Facebook o Instagram son tendenciosos: no muestran celulitis o el momento en el que se le da una cachetada al nene. Las personas parecen exitosas, relajadas, atractivas e intelectuales. Está demostrado que los propietarios de autos de alta gama, como Mercedes Benz o BMW, tienen un 300 % más de posibilidades de publicar una foto al volante que los modestos dueños de un KIA o un Toyota. Así se construye la felicidad en la web, de a retazos. Una felicidad 3.0.
“Lo peligroso es creer que la vida es eso. Si uno piensa que nadie sufre, que todos son exitosos, es más difícil aceptar el impacto de las situaciones negativas en nuestras vidas. Eso genera frustración. La gente no es feliz las 24 hs del día. El conflicto es parte de la realidad, pero en general esto no se muestra en el mundo virtual, ya que las personas eligen hacer públicos tan solo los ‘recortes’ felices de su vida real, creándose de este modo, en las redes sociales por ejemplo, una vida ilusoria paralela”, opina Alonso.
En mayor o menor medida, todos somos víctimas de este circo romano virtual. Y nos hemos sentidos miserables frente a la vida perfecta del otro. La tecnología ha traído avances increíbles en materia de comunicación. Aunque paradójicamente deja al ser humano más solo que nunca. Cuando se apaga el teléfono, More Rial vuelve a su rutina y el anónimo, al anonimato, el ideal online también se esfuma como llegó: Con un simple clic.