Hay algunos lugares del planeta donde la gente se olvidó de morir. Se siente feliz y con una gran expectativa de vida -más de 100 años- sin someterse a gimnasios, cirugías o tratamientos rejuvenecedores. Tan alejados son estos lugares de nuestras creencias occidentales que un grupo de científicos decidió estudiar a esas poblaciones para saber cuál era su secreto de juventud. Y se encontró con una sorpresa: una vida casi medieval.
Allí nadie utiliza auto, la gente sube y baja cuestas para sus quehaceres cotidianos, come los alimentos que la tierra provee, cree en Dios y en sus afectos. Ejercicio, espiritualidad y alimentación sana. Esa es la fórmula encontrada por estos pobladores para combatir los embates de la vida moderna. Pero todo de manera natural, sin marketing hippie, consejos de gurúes o preparados artificiales. Simplemente porque así vivieron sus antepasados.
Estos cinco lugares en el mundo donde cumplir años ya no es una tragedia son Okinawa (Japón), Icaria (Grecia), Cerdeña (Italia), Loma Linda (California) y Nicoya (Costa Rica). Se los llama las “zonas azules” y aquí la expectativa de vida está por encima del promedio mundial y los índices de enfermedades asociados a la vejez son los más bajos del planeta.
Un equipo de investigadores coordinado por el periodista de National Geographic, Dan Buettner, autor del libro “El secreto de las zonas azules”, recorrió estas comunidades junto a médicos, antropólogos, demógrafos y epidemiólogos. Entrevistó a más de 200 personas que habían superado los 100 años y analizó sus hábitos. Y descubrió, con sorpresa, que en estas regiones la obesidad, las cardiopatías y la demencia son enfermedades poco usuales.
La pregunta que cualquiera se haría es si es posible transpolar esta experiencia azul a otros lugares del mundo, como por ejemplo, la Argentina. Los expertos dicen que sí. Y sugieren pequeños cambios: estresarse menos, moverse más, olvidarse de los McDonald's, pero sobre todo amar. Este último punto es, quizás, el hallazgo más sorprendente para lograr la juventud eterna. Mejor dicho, "para morir joven siendo lo más viejo posible", según la meta que se propone Buettner. Porque en estas regiones, llegar a viejo no es esperar la muerte. Las personas longevas priorizan sus vínculos afectivos y religiosos, son tenidas en cuenta por la comunidad y mantienen un propósito de vida que las vuelven más activas. En Okinawa sus habitantes se toman unos cuantos minutos al día para recordar a sus ancestros, los adventistas en Loma Linda rezan y en Cerdeña destinan una hora al día para juntarse con amigos.
No se matan en el gimnasio ni transpiran tres veces por semana en una clase de zumba. La geografía de estos lugares los obliga a caminar y así mantenerse en forma. Además, atienden su propio jardín y no tienen máquinas de cortar el pasto que les facilite el trabajo. Tan sencillo como eso. Prácticamente no existe la carne en sus dietas y las hortalizas, que son la base de su alimentación, se obtienen de sus propias huertas. Las legumbres y los frutos secos se consumen a diario en todas las zonas azules, así como también una o dos copas de vino.
Menos celulares y más contacto personal. Menos hamburguesas y más ensaladas. Menos gimnasio y más caminatas al aire libre. Quizás con eso cada uno pueda construir su propia zona azul y envejecer, no sólo con vitalidad, sino también sintiéndose feliz.