Los Fassi Lavalle y Emir yoma lo fueron del menemismo, como Juan carlos Delconte lo fue del alfonsinismo. Sin embargo, estos casos apenas representaban los entramados de corrupción tan arraigados en la práctica política argentina. Escasos son los resultados de largos procesos llevados adelante por el cuestionado poder judicial.
Hoy, los famosos cuadernos de centeno abren un capítulo nuevo en la novela trágica de la corrupción. Lo que tiene de novedoso este caso, es que es la primera vez que hay claros avances contra el empresariado corrupto. En general, nadie se les había animado a los empresarios argentinos. Salvo, las guerrillas de origen marxista de los 70. aunque, claro, con otros fines menos jurídicos.
En argentina está muy arraigada la idea de que no pueden existir emprendimientos comerciales que no impliquen algún tipo de corrupción de las leyes o de la moral. Esta vieja idea se podría resumir en una frase de Manolito, amigo de Mafalda: “es imposible amasar fortuna, sin hacer harina a los demás”. Esta caracterización que se asienta en el imaginario popular de los argentinos, con orígenes rastreables desde finales del siglo xix, pareciera darle la razón a las ideologías de izquierda, sobre todo marxistas, que no pueden dejar de ver a los empresarios como acumuladores de capital que oprimen y empobrecen a la sociedad. aunque los gobiernos de izquierda suelen tener esta visión solo de los empresarios opositores.
A nivel mundial, luego de la caída de la U.r.s.s., el capitalismo occidental triunfante se preocupó bastante poco en mostrar un rostro más amable. Poco y nada, por mejorar las condiciones alienantes que siempre denunciaron sus rivales. Pero sería injusto caracterizar a los empresarios como una banda de delincuentes. numerosos son los casos de hombres y mujeres probos que han contribuido a mejorar la sociedad. Tal el caso de Enrique shaw, empresario argentino en pleno proceso de canonización.
El problema del empresariado argentino no radica en ser a fin a tal o cual gobierno. Las sospechas de corrupción manchan tanto a los empresarios k, como a los macristas. Incluso, alejándonos en el tiempo, durante la década del 40 se expuso a la luz pública un entramado de corrupción político-empresaria, conocido como “Escándalo de la cHaDE”, en la que resultaron involucrados el radical Marcelo T. de alvear y el conservador agustín P. Justo. En este sentido, políticos y empresarios comparten un lema: “sin caja, no se hace política”.
Tal vez el problema de los empresarios argentinos es que son parte de una sociedad que, culturalmente hablando, disfraza de viveza criolla a la corrupción. Y la justicia institucional, tanto como la política partidaria, son incapaces de lograr los cambios culturales. Sólo la sociedad en su conjunto puede lograrlo.