Ahora hay que ser feliz en cuarentena. Quince minutos de yoga por Zoom a la mañana. Ver la película que hasta hace poco se cobraba en dólares. Leer ese libro que nunca compramos en la librería y que acaba de habilitarse en el espacio virtual. Hacer gimnasia sentados en una silla. Recibir una video llamada de nuestro terapeuta. Contestar el fárrago de whatsapps de todos los que necesitan conversar con alguien. Entrar al home banking. Bajar las tareas escolares de una plataforma colapsada. Contener a la abuela que está sola. Aplaudir a los médicos a las 21. No perderse la última noticia del coronavirus. Estar al tanto sobre si el contagio es por aire o sólo por contacto. Saber distinguir entre un meme y una fake news. Lograr que los chicos no se aburran. Refregar con lavandina hasta las latas de tomates que trajimos del súper. Y dominar las técnicas del home office. Todo eso, con estabilidad emocional y grandeza de espíritu.
Los mandatos de la pandemia están a la orden del día. Se triplican las tareas y las preocupaciones, pero lo que no puede perderse es la sonrisa. Los nuevos refugiados caseros debemos responder a una cotidianeidad artificial que hasta ahora desconocíamos: hacer todo bien, en dos metros cuadrados. Y rápidamente, para calmar la angustia que eso produce, nos tapamos de tutoriales. Cómo trabajar desde casa, cómo reemplazar a la maestra, cómo aprender medicina en tiempo récord, cómo no entrar en pánico, cómo sobrevivir al desabastecimiento, cómo, cómo. La búsqueda de la felicidad, en tiempos posmodernos, es lo único que no se resigna.
¿Alguien se detuvo a pensar que es lógico sentir miedo cuando la vida cambia de un día para el otro? ¿Que esa emoción fue un recurso necesario de nuestros antepasados cavernícolas para protegerse del peligro? ¿Le ponemos palabras a la incertidumbre? El mandato anticoronavirus que se viraliza en redes sociales es “no dejarse caer”. Parece una buena premisa, por supuesto. Pero creo que es un problema cuando se convierte en un protocolo profiláctico para evitar sentimientos “negativos”.
La Universidad de Buenos Aires (UBA) elaboró un manual de emocionalidad en tiempos de pandemia. Y nos da permiso para reconocer que en este aislamiento forzoso podemos sentirnos solos, frustrados, tristes, ansiosos, enojados, desorganizados o aburridos. Que no se me malinterprete: no estoy diciendo que debamos internarnos en la desesperanza. Simplemente que dejemos, por un instante, los manuales de autoayuda y logremos reencontrarnos con nuestra condición humana.