Nacido en Cruz del Eje, Oropel se licenció en matemática y física antes de estudiar arquitectura en la Universidad de Córdoba. El contacto con el campo de su infancia atraviesa toda su obra, irrumpiendo en sus interiorismos y objetos. Trae consigo una versión renovada de sus recuerdos: el trabajo de los talabarteros, el olor a madera recién aserrada. De ahí su predilección por materiales nobles, trabajados por artesanos con formación sólida, adquirida con respeto y amor por la tierra, transmitidos de generación en generación.
Nos encontramos en un encantador café de la calle Arroyo. La primavera incipiente nos había jugado una mala pasada con las alergias, pero la cita era impostergable. Llegué primero, dispuesta a conversar con este peso pesado del diseño argentino y mundial. Julio apareció puntual, con sus característicos anteojos y su melena blanca alborotada. La charla fluyó desordenadamente entre distintos aspectos de su trabajo y sus pasiones. Me interesaba especialmente hablar del cambio en las necesidades de la vivienda contemporánea, y confiaba en la opinión de este creador incansable y versátil. Además de su trayectoria, Oropel es docente en el posgrado de Diseño del Espacio Interior en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA, y disfruta tanto de hacer un edificio como de diseñar una bandeja o una mesa. Muchas de sus piezas se venden en firmas internacionales como Hermès o Donna Karan.
“El cambio de hábitos que venía gestándose en nuestras vidas, acelerado brutalmente por la pandemia, está marcado por el irrefrenable ingreso de la tecnología, que ha hecho posible el trabajo a distancia y abre muchas otras posibilidades para desarrollar puertas adentro. Esto repercute directamente en los espacios que habitaremos” dice Oropel, con un suave acento cordobés.
¿La tecnología es hoy la reina de la casa?
En eso no hay vuelta atrás. Pero la tendencia es disimularla o encubrirla un poco. Muchas empresas tecnológicas han comenzado a fabricar dispositivos que se integran más sutilmente en los espacios. No es una moda; las marcas lo hacen porque prueban a través de Google, en ferias, cómo reacciona el público ante las nuevas propuestas. Han visto que el exceso de tecnología merma la calidez de los ambientes, despersonalizándolos. Hoy se busca una escala más humana, más orgánica, y para eso se necesitan materiales naturales como plantas, madera, agua y fuego, elementos que inviten a la calma y el relax, texturas que contrarresten las superficies hiper pulidas de lo tecnológico.
Frente a la información que constantemente nos bombardea con noticias sobre pestes, guerras y violencia, la casa recupera su carácter primitivo de "refugio sagrado", ese que el ser humano necesitó desde el principio de los tiempos para protegerse de un exterior amenazante.
¿Cómo se trabaja con un cliente en estas circunstancias?
Hoy prima la funcionalidad. El desafío es articular tres cosas: tecnología, arquitectura y nuevas formas de hábitat. Generalmente, no es difícil trabajar con los clientes porque ya conocen el carácter de mis obras. Una vez que entiendo sus gustos, necesidades y estilo de vida, me dan libertad para desarrollar una propuesta.
¿Qué considerás importante en estos ambientes más orgánicos?
Los materiales son clave. Cada uno se expresa de una manera diferente, y hay que aprender las limitaciones y potencialidades de su uso. Siempre fui un estudioso, me gusta investigar lo nuevo, pero le doy preponderancia a los materiales nobles como la madera, el cuero y algunos metales. Prefiero lo rústico antes que lo prolijo. Me gusta que se note la textura, la mano del artesano experto.
Al mismo tiempo, aparecen nuevos materiales ecológicos, duraderos y muy interesantes, como las placas de micelio de hongos, que son 100% orgánicas, resistentes al fuego, al agua y al moho, aunque aún son caras. El micelio tiene el potencial de sustituir muchos plásticos derivados del petróleo, lo cual es revolucionario.
Julio está tan apasionado por el mundo de los hongos que, en 2023, junto a José Luis Zacarías Otiñano, presentó en el hall central de Casa FOA su instalación Reino Fungi, una obra de aspecto galáctico: un enorme anillo de vidrio con una gran variedad de hongos creciendo en su interior, que le valió el premio a la Mejor Instalación Artística de esa edición.
Hoy existe una tendencia a los espacios diáfanos, con límites poco marcados entre los ambientes. ¿Cómo se resuelve la decoración en estos casos?
Entiendo el diseño como una forma de comunicar algo, de hablar de quiénes somos. No es solo juntar muebles y objetos que nos gusten, sino encontrar nuestro lenguaje a través de piezas que expresen lo que queremos decir. En ambientes grandes se exige mayor coherencia, y lograrla es más complejo.
¿Qué tipo de muebles o piezas son "estrellas" hoy en día?
Hay un redescubrimiento del diseño nacional de los años 70 y 80. No simplemente por lo vintage, sino por piezas de marcas que siempre fueron de primera calidad, como los muebles de Churba, los arquitectos Horacio Baliero o Ricardo Blanco, o los vidrios de Lucrecia Moyano, que hoy alcanzan precios realmente altos. Esta vuelta a la vida de esos objetos es un reconocimiento a la capacidad del diseño argentino y responde al consumo responsable que se busca en todo el mundo.
¿Cuál es el mayor desafío en tu diseño y en el diseño argentino en general?
Trato de lograr más identidad en mi trabajo. Que mis piezas reflejen mejor nuestra esencia y la cultura con la que nos sentimos identificados, pero sin caer en los clichés. Me gustaría que el diseño argentino se animara a no copiar, que fuéramos un poco más como los brasileños, que imprimen su carácter en cada pieza. Tanto en los objetos como en la ropa, los brasileños son diferentes a todos. Se miran a sí mismos, no a los demás. Acá tenemos todo para lograrlo, solo es cuestión de focalizarnos.
Texto: Luz Marti
Fotografía gentileza Julio Oropel
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