Mientras esperaba el comienzo del concierto junto a mis hijos adolescentes intentaba explicarles que estaban a punto de presenciar la performance de un músico completo además de eximio guitarrista, con presencia irrevocable en la historia de la música argentina. Que tocó con Spinetta, con Charly, con Pappo entre otros inmensos músicos, y que compuso canciones que son verdaderos himnos de nuestro Rock.
Ansioso por el inminente comienzo del show, me esforzaba en contarles rápidamente que David, por ejemplo, fue quien literalmente dividió las aguas en mi colegio secundario por allá por los setenta y pico, cuando por la producción de su banda Polifemo, me enfrentó desde el gusto y la pasión musical, con aquellos que adoraban a Sui Generis.
Y esperaba que comprendieran además, que a ese tremendo músico, yo lo consideraba mi amigo a pesar de nunca haberlo conocido personalmente. Es más, les afirmé que iban a presenciar la actuación de mi amigo David.
Sin embargo, no pude completar el concepto porque apareció David en todo su esplendor sobre el escenario parado frente a su excepcional banda dando comienzo a un espectacular concierto, que se extendió por casi dos horas y media, con una lista de temas recorriendo su historia musical.
Así, el “Ruso” intercaló baladas amorosas y rocks electrizantes, repasando muchas de sus canciones de su etapa solista, como así también las que aportó a grandes bandas del rock argentino como Serú Girán, y Polifemo, que volvió a reunirse para la ocasión.
Y hubo más. Como si David supiera que yo estaba ahí especialmente esperándolo, invitó al escenario a Rinaldo Rafanelli y Juan Rodríguez y me regaló la increíble interpretación de “Suéltate Rock and Roll” y “Oye Dios, que me has dado”. Nada más necesitaba que hiciera mi amigo por mí, pero como tal, me dio aún más.
Al final de su actuación me despidió con la interpretación de “Seminare” y la emoción fue tan desbordante que pude sentirme como con mis 14 años de edad.
El concierto me devolvió a un David Lebón en la vigencia total de su virtuosismo y de su arte. Pero además con la vigencia absoluta de su entrega amorosa. Otra vez, pude sentir que el “Ruso” me había hablado y cantado mirándome a los ojos.
A la salida del inolvidable concierto, mis hijos retomaron el monólogo inconcluso y me manifestaron que no discutían que yo me pudiera considerar amigo de David Lebón, después de todo llevaba más de 40 años haciendo de su amigo, recordándolo, agradeciendo de su arte, defendiéndolo, todas cosas que se hacen por los amigos. Pero no podían entender cómo podía dar por sentado que David lo fuera de mí. Y casi sin darme cuenta de lo que les contestaba, les dije que no podía ser de otra forma, porque su alma, sus ojos, sus manos son igual a mí.
¡Gracias David! Seguramente nos veremos otra vez.<<
Texto: Daniel, Country San Diego CC