Todo comenzó cuando una amiga, con quien había participado de algunas carreras de aventura, me dijo: “En tres meses vamos a escalar el Lanín, ¿te sumás?”. No lo dudé. Yo estaba preparándome para correr los 42 km en Londres, mi última carrera de las Mejors, y después iba a tener un mes para preparar el ascenso al Lanín, por lo que pensé que no debería ser muy distinto el entrenamiento de una 42k. Hoy me doy cuenta de lo ingenua que fui.
El Lanín fue muy distinto a lo que estaba acostumbrada, ya que para correr una maratón de 42k solo necesitás llevar los geles y, al terminar, te das una ducha en tu baño con todas las comodidades. Era la primera vez que iba a escalarlo, imaginar que iba a estar en la cumbre de una montaña parecía una experiencia inolvidable. Pero antes de eso había que preparar el cuerpo y la mente, así que empecé a alternar corridas en llano con cuestas, ejercicios de fortalecimiento de piernas y cintura, ya que además, había que cargar una mochila con varios elementos (campera, agua, comida, bolsa de dormir, ropa, crampones, piqueta de travesía, bastones, casco, etcétera).
El día D
El día anterior tuvimos la charla con los guías y la revisión de equipo. “¡Comer liviano y dormir temprano!”, fueron sus últimas palabras. Lo intentamos, pero pronto se hicieron las 6 am y sonó el despertador, los nervios no me dejaron dormir lo que hubiese querido, pero no me importó tanto porque la adrenalina de lo nuevo era energizante, el gran día había llegado. Desayunamos y nos llevaron hasta la base del Lanín.
Al ver esa montaña de 3.776 metros de altura, con nieve, y ver de dónde arrancábamos la excursión, me pregunté cómo lo íbamos a lograr. Nuestro guía, Christian, y sus colaboradores empezaron a marcar el ritmo del trekking para hacer esos 8 km y 1300 mts de ascenso, y llegar al campamento. Éramos ocho, varios ya nos conocíamos de otras carreras y de encuentros, y a los que no nos conocíamos tanto, la montaña nos regaló su magia y terminamos siendo como hermanos. Lo que la montaña une, solo ella podrá separar. Caminamos por cinco horas charlando, disfrutando del paisaje, escuchando los indescriptibles sonidos y aprendiendo a trabajar como un solo cuerpo, no como ocho partes separadas, teníamos que aprender a controlar la ansiedad de llegar y entender que no era una carrera.
Primera parada
Cuando arribamos al campamento se levantó un fuerte viento, la temperatura empezaba a descender drásticamente y a nevar, lo que nos motivó a meternos en la carpa a descansar. Ese momento estuvo rodeado de risas, comentarios, chistes y rostros, que espero nunca olvidar.
Logramos descansar, hasta que vino el guía a darnos la charla respecto del uso de los crampones, piquetas y linternas, y a darnos las instrucciones necesarias para encarar el día siguiente. Llegó la hora de la cena y fue otro aprendizaje. Me di cuenta de que los fideos pueden ser caviar si los compartís con gente que te llene el alma y el corazón. A las 21 hs estábamos durmiendo.
A seguir subiendo
Como en un abrir y cerrar de ojos nos gritaron “¡Arriba, que hay oportunidad de que el clima mejore!”. Así arrancamos a las 2:30 am, para enfrentar el segundo día, nos esperaban otros 7 kms y 1.400 metros de ascenso. Pero esta vez, con un clima mucho más hostil: -20 grados, nevando y con viento, que al contrario de darte oxígeno, parecía sacártelo; además del cansancio de haber dormido en un suelo irregular y con mucho frío.
Para los que corremos, 7 kms son un simple precalentamiento. Sin embargo, les puedo asegurar que estos 7 kms fueron muy difíciles, mis piernas se hundían en la nieve, mis dedos entumecidos por el frío, el no ver más allá del siguiente paso, porque era de noche. Me llegué a preguntar qué hacía ahí, ¿quién me mandó? Pero luego mermó el viento, la nieve se despejó y Dios nos sorprendió con un amanecer rojizo, justo detrás nuestro. Por delante, la cumbre, pero esta vez tan cerca que me hacía sentir que ya estaba, que lo íbamos a lograr.
La llegada
Nuevamente llegó el viento, estábamos otra vez inmersos en una nieve que no nos dejaba ver, y fue ahí cuando Christian nos dijo que esa era nuestra cumbre, habíamos llegado a la zona que llaman la “Canaleta”, a 3.100 metros.
Llegó la hora de emprender el regreso, hasta eso fue súper divertido. Hicimos “culopatín” con una alfombra de plástico, diseñada y creada por Christian, y se escuchaban nuestras risas que resonaban en la montaña.
Valió la pena cada segundo que compartí con el grupo y con los guías, que fueron súper profesionales en todo momento. Fue mucho más que una experiencia única y confirmé que, sin lugar a dudas, hay que vivir como uno sueña.*