La maratón de Londres desde adentro.
Correr la Maratón de Londres es atravesar la historia y la emoción de una ciudad entera que late con sus corredores. Ezequiel Mirazón, vecino de nuestra comunidad, comparte cómo vivió este desafío inolvidable.

Londres. Domingo 28 de abril. 5 de la mañana.
El amanecer de la carrera
Mientras se escuchan las risas y los gritos de los últimos borrachos en las calles vacías, 50.000 alarmas suenan en la ciudad. No es un ataque terrorista ni nada que se le parezca. Son los corredores que se levantan para cumplir su sueño: correr la maratón de Londres.
Londres es una de las “Seis grandes” maratones del mundo junto con Nueva York, Boston, Chicago, Tokio y Berlín. Para inscribirse hay que participar de un sorteo en el que se anotan más de 500,000 personas, correr para una organización de caridad o pagar los precios de locura que piden las agencias de turismo. Son 50.000 tickets por año. ¡Parece mucho…pero es poco!
Rituales, frío y nervios previos
La ropa ya estaba preparada de la noche anterior: remera de la selección argentina con una inscripción en honor a nuestros héroes de Malvinas, pantalón Ona Saez de mil batallas y mis ASICS Nimbus 20. Le siguen también las cábalas: pulseras livestrong azul y oro y el even star pendant (regalo de la princesa Arwen a Aragon en El Señor de los Anillos) que me acompaña en todas las carreras.
Hace un frío de morirse y está nublado. La salida es en el Greenwich Park, del otro lado del río, por lo que hay que tomar el subte y el tren para llegar. Si uno piensa que, por ser domingo a las 7 de la mañana, van a estar vacíos, se equivoca. El subte está a tope… lleno de corredores, lleno de energía, lleno de nervios, lleno de ilusiones.
La organización es perfecta. Hay tres salidas distintas identificadas por colores (rojo, verde y azul) que salen de distintos lugares y recién se juntan todos en el km 2. Y cada salida a su vez tiene 4 horarios, por lo que nunca hay acumulación ni amontonamiento. Ya en el parque, la espera se hace larga… falta una hora para salir y el frío es insoportable. En ese momento tenés tiempo para reflexionar y pensar. Fueron 5 meses de entrenamiento para llegar hasta acá. Más de 800 kilómetros corridos en 6 países y en 10 ciudades distintas, con lluvia, nieve, calor y frío.
Pensás en todos los que te acompañan en la preparación: tu familia, tus amigos, mi profe Martín Errecalde, el médico, el kinesiólogo, los vecinos de San Diego que te saludan mientras corrés todos los domingos y los que te hacen gestos de “¡Estás loco!” mientras corrés bajo la lluvia por la calle Savio a las 7 de la mañana.
La largada y la adrenalina
Los parlantes anuncian que falta un minuto para la largada… estirás por última vez (¡y vas al baño por enésima vez!). La adrenalina está a pleno. Te sentís un león enjaulado. Sentís un cosquilleo en el cuerpo cuando empieza la cuenta regresiva: five… four… three… two… one… Go!! Y empieza la maratón.
Los primeros 10 km son en la zona de Greenwich. Pensé que iban a ser tranquilos porque es un típico vecindario inglés… pero estaba equivocado. Ya desde ahí ves gente de ambos lados de la calle gritando y alentando, disfrazados, con carteles y ofreciéndote lo que sea: bananas, naranjas, abrazos, energía. ¿Lo mejor? En toda la carrera la gente te da gomitas tipo Mogul o Haribo. Las traen de sus casas y las ponen en bowls: pasás corriendo y agarrás.
El Tower Bridge, un momento mágico
La adrenalina hizo que los primeros 10 km fueran emocionantes y ni me diera cuenta de que pasaron. Ahí empezaba la segunda parte de la carrera (del km 10 al 20). El circuito es más en ciudad y lleno de bares donde la gente ya está tomando cerveza… con música a pleno y bailando. Aparecen cientos de bandas musicales y coros en el recorrido y, ya con algo de cansancio, vas terminando la segunda etapa de la carrera.
Y de repente, luego de una curva llena de gente gritando, doblás y tenés de frente el Tower Bridge para cruzar, el puente más emblemático de Londres. La emoción es indescriptible. Acelerás el paso, el viento del río te acaricia el cuerpo, cerrás los ojos, dejás de correr y volás, flotás en el aire y gritás: “Woooooow!!”. Una sensación de libertad plena te invade y te acompaña en el cruce.
Dolor, mente fría y resistencia
Luego de cruzar el puente, un cartel anuncia el “Half way”. Eso hace que aprietes los dientes y el puño: “¡Vamosss… no falta nada!”. Pero la cosa no es tan fácil… empiezan a aparecer los síntomas de cansancio. En mi caso, me había lesionado unas semanas antes y tuve que infiltrar la rodilla para poder correr (¡gracias Sergio Pataro!).
Así que empecé a sentir dolor y la falta de entrenamiento de las últimas semanas. Pero así como el cuerpo muchas veces no acompaña, lo más importante es tener la cabeza fría. Y yo la tenía como un témpano.
Paré en un puesto de asistencia en el km 26 y me atendió una vietnamita diminuta. Me hizo poner en posición de cacheo y me dio masajes con un guante que tenía pelotitas de hielo adentro. Dos o tres minutos. Cuando terminó, me dijo: “¡Go… Just do it!”. Y ahí salí de vuelta al ruedo.
Canary Wharf era una locura: bandas de rock, cerveza, coreografías, bares con música a pleno, gente y más gente (¡750.000 espectadores en toda la carrera!). Como no podía faltar, una llovizna apareció sobre la ciudad. “Y sí, esto es Londres”, pensé.
La recta final y la gloria
Pasado el km 30 empieza la última etapa de la carrera. Desde el km 35 aparecen las postales más icónicas: Tower of London, London Eye, Westminster, Buckingham Palace. Yo ya no podía casi levantar las piernas, pero tenía la cabeza fuerte como un roble y sabía que iba a llegar, aunque sea gateando.
Cuando vi la marca del km 40 apreté el puño: “Ya está. Ya llego”. En el km 41 la emoción me desbordó. Solo te separan seis minutos de la gloria. Los recuerdos de entrenamientos, familia y amigos se cruzan en la cabeza. La garganta se cierra, los ojos se humedecen.
Los últimos 500 metros frente al Palacio de Buckingham son un mar de gritos y lágrimas. Alzo los brazos, cruzo la meta… ¡y lo logré! Corrí 42 km, la Maratón de Londres.
La capa de los superhéroes
Caminás unos metros y el cansancio te cae encima como un piano desde un quinto piso. Me ponen la medalla: “Use it with proud”, me dice quien me la cuelga.
Con la medalla ya colgada te felicitás con otros corredores, te abrazás… nunca los viste pero sentís que los conocés de toda la vida. Y ahí mismo te dan una capa. Yo pensé que era por el frío, pero no… no es solo por eso. Es porque todos los superhéroes usan capa: Batman, Superman, el Zorro… y los maratonistas también lo somos.
Ahora viene el tiempo de descansar, disfrutar el logro y, por qué no, empezar a planificar dónde será mi maratón número 12. Pero para eso, aún falta mucho.
Agradecemos a Ezequiel por compartirnos su historia.
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