Crecimos intentando contarle al mundo lo increíble que es nuestro papá, Adolfo Iannici: su vida, su valentía y su resiliencia. Esta es la historia de un gran héroe, pero por sobre todas las cosas, de una gran persona y un gran padre.
Desde hace años, cada 2 de Abril, lo homenajeamos a través de nuestras redes sociales. Esta vez, quisimos que él lo cuente en primera persona y dé a conocer un poco más su historia de vida y superación. Te invitamos a conocer su testimonio.
La guerra en primera persona
-¿Cómo te enteraste de que ibas a ir a la guerra?
En 1982 se hacía el servicio militar obligatorio a los 18 años. Yo había entrado a la instrucción el 26 de febrero y estaba haciendo el servicio militar en el regimiento 3, en Ezeiza. El 2 de abril, a las 2.30 de la mañana se hizo la recuperación de las islas. Tipo 3 AM nos despertaron, nos hicieron cantar el himno y hubo una ceremonia. De ahí en más empezó todo un proceso, nos dijeron que iban a convocar a los clase 62, que se habían ido de baja recientemente, y que nosotros teníamos que empezar a armar los bolsones porta equipos para quienes los tenían que llevar a las islas. Alrededor del 4 nos llevaron nuevamente al regimiento para comenzar a alistar las tropas que iban a ir a Malvinas. En principio iban a ir los clase 62 y, si se llegaba a tiempo, iban a completar lo que faltaba con los clase 63, que era la mía, que recién ingresaba. Alrededor del 9 de abril se determinó que no se llegaba con los clase 62 y ya empezaban a alistar a los clase 63. El 10 a la tarde/noche fue el último contacto que tuvimos con nuestra familia, a través de un alambrado, porque ellos estaban afuera del regimiento y nosotros pudimos ir a despedirnos. El 11 a la madrugada nos llevaron hasta Palomar y ahí tomamos un avión. Íbamos todos sentados sobre los bolsones porta equipo, hombro contra hombro, no había cinturones ni asientos, no había nada. Nos embarcaron hasta Río Gallegos y de allí tuvimos que cambiar de avión a uno más chico, porque ese no podía aterrizar en la pista del Puerto Argentino. El 11 cerca del mediodía llegamos a las islas.
-¿Cómo fue ese viaje y cómo fue la llegada?
Había mucha algarabía, no nos olvidemos que a todos los argentinos, desde pequeños en el colegio nos inculcaban que las Malvinas son argentinas y lo teníamos totalmente arraigado. Hasta Palomar fuimos cantando los cánticos de la cancha, era una fiesta, no era algo traumático. Fuimos con la satisfacción de cumplir con la patria.
-¿Cómo es un día en una guerra?
No hay un día. Para hacer una reseña deberíamos hablar de tres días. Uno sería del 11 al 30 de abril, que era una instrucción más, muy tranquilo, preparar la posición, ir a buscar municiones al puerto, era bastante light. El otro sería mayo, cuando nos dimos cuenta de que eso era la verdad y ya era otra situación. Empezaba a cambiar el clima, eran días más cortos, más fríos y había más temores. Sabíamos que, al principio, los ingleses atacaban los fines de semana, entonces de lunes a viernes era bastante más calmo (con el tiempo nos enteramos de que era porque cobraban doble). Y el último día sería la situación del final, en junio, que era caótica. Ya el clima, nuestro estado físico, estábamos bastante más deteriorados, con frío, hambre, sueño, miedo.
-¿Pensaste que te ibas a morir?
Sí, obvio, en una guerra es el pensamiento más frecuente.
-¿Hubo algo que marcó un antes y un después?
El ataque del 1 de mayo. Porque hasta ahí estábamos de instrucción, pero después llegó la verdad, enfrentarnos a lo que venía, que no sabíamos qué era. No sabíamos lo que era una guerra desde adentro, lo habíamos visto solo en las películas, que uno está cómodo, tomando un café, calentito, sin problema. Ese fue el antes y el después.
-¿Ese fue el peor día?
No, el peor día fue el 14 de madrugada, 13 a la noche, porque se terminaba, todo el mundo sabía que ese era el día D. Fue distinto a todo, bengalas, gritos, instrucciones, órdenes, bombardeo, todo junto, en un mismo momento.
-¿Cómo te enteraste de que la guerra terminó?
Teníamos que tomar un camino, que era replegarnos al pueblo para hacer un combate de localidad. Nosotros estábamos en primera línea en Puerto Argentino y teníamos que ir hasta el pueblo, porque los ingleses ya habían entrado por Bahía San Carlos, que era por detrás de donde estábamos nosotros. Teníamos que ir a cubrir para poder frenar el ingreso de los ingleses. Hicimos ese repliegue, llegamos al pueblo, preparamos todo para el combate de localidad, (que es tomar una propiedad para tomar la posición, como para poder enfrentarse) y, alrededor de las 10.30 AM, cuando ya veíamos el avanzar de las tropas inglesas, llegó la orden. En una guerra o en el ejército es todo muy verticalista, llega la orden y se transmite desde los altos mandos hasta los mandos inferiores. Entonces llegó la orden de la rendición y fue un sentimiento muy encontrado, porque estaba la tranquilidad de que se terminaba y la tristeza de no haber cumplido el objetivo.
-¿Qué es estar prisionero?
Eso nos preguntamos nosotros el 14 de junio, estaba el temor de no saber cómo nos iban a tratar y la verdad que fue bastante más light de lo que pensábamos. Nos llevaron a cada uno del pueblo a la posición que estábamos en primera línea en Puerto Argentino. Allí teníamos que sacarle las municiones a las armas y teníamos la orden precisa de que no se podía escapar ni un tiro, porque estábamos en plena rendición. Esa noche dormimos en las posiciones y luego nos replegaron al puerto. Ahí estaba la montaña de armas que se vio en todos los noticieros, donde nos desarmaron verdaderamente, teníamos que arrojar las armas. Nos palparon, nos revisaron y nos dividieron en los galpones, que eran donde tenía la comida el ejército argentino. Nos separaron y nos dejaron a cargo de un oficial argentino por cada galpón. No teníamos contacto directo con los ingleses, solo a través de ese oficial. Luego viajamos a otro sector, para que nos embarquen a cada uno. Pero el trato de parte de ellos fue muy cordial, no hubo ni un inconveniente.
-¿Un recuerdo que tengas particularmente marcado?
Son muchos. Por ejemplo, ver a los pilotos de la fuerza aérea en una formación de seis aviones y que vuelvan tres o cuatro, y ver pasando por delante nuestro, solo el casco y el puño levantado. Es muy movilizador.
-¿Cómo fue tu regreso?
Estábamos en los galpones, prisioneros y yo estaba bastante mal de salud. Alrededor del 20 de mayo, estando todavía en la posición y en la guerra, empecé con problemas en los pies, al no tener calzado ni medias secas, llegó un momento en que estaba todo el tiempo húmedo, porque en la posición brotaba agua y era imposible estar seco. Comencé a tener problemas de circulación en los pies, luego se transformó en pie de trinchera y después se complicó más. Para esa época en los galpones ya estaba muy deteriorado. Los galpones se iban descongestionando en función de la gravedad de cada uno, y el 18 de junio me embarcaron para el continente. Me llevaron desde el Puerto Argentino en una barcaza hasta el buque de Bahía Paraíso de bandera argentina, que era un buque hospital, donde me dieron las primeras atenciones, de ahí a Puerto Madryn, en Hércules hasta Palomar y de Palomar, en ambulancia, hasta el hospital militar de Campo de Mayo. Llegué el 20 de junio a la noche. El hospital militar era un caos, en traumatología había capacidad para 350 personas y éramos alrededor de 630, estaba abarrotado de gente.
Héroe de Malvinas
-¿Qué secuelas te dejó la guerra?
Físicas, sufrí la amputación de los dos miembros inferiores, un tercio bajo rodilla, son como 15 centímetros debajo de la rodilla. Psíquicas, si bien al principio fue difícil, hoy creo que ninguna. Tuve la suerte de tener a mis padres y amigos que me apuntalaron. Luego de todo lo vivido y de afrontar la amputación, si no hubiera sido por ellos, nunca hubiera podido lograr todo lo que logré.
-¿Te arrepentís de algo?
Cuando empecé con problemas de salud y me prohibieron ir a enfermería, debí haber ido igual, por las mías, y afrontar lo que pasara después por haber abandonado mi puesto de combate. No siempre podés ser como sos, en algún momento tenés que traicionar tus principios y tu forma de ser. Si yo hubiera ido a enfermería sin autorización, porque estaba realmente mal, creo que no hubiera llegado a esta situación, hubiera tenido que afrontar algún otro lío, pero no este.
-¿Te sentís un héroe?
No. Sí un sobreviviente, pero no un héroe.
-Para vos, ¿hubo un héroe y un villano en esta guerra?
A mí me parece que el villano fue el gobierno argentino por tomar la decisión de llevarnos a una guerra que creo que estaba perdida desde antes de empezar. Y héroes muchos, los pilotos de la fuerza aérea y tantos militares o soldados que han combatido, dejando más que lo que cualquier ser humano puede dar.
-¿Qué Adolfo era el que se fue y qué Adolfo fue el que volvió?
Se fue un chico de 18 años y volvió un hombre de 18 años.
-¿Se supera la guerra?
Es muy particular de cada uno, hay recuerdos que quedan para siempre, pero yo creo haberla superado. Yo pude reinsertarme en la sociedad, consolidarme laboralmente, realizarme profesionalmente y formar una familia.
Un regreso sin laureles
-¿Sentiste que la sociedad les dio la espalda?
En todas las guerras que se pierden, generalmente, a los veteranos se los esconde, entran por la puerta de atrás, y eso fue lo que pasó. Yo no me enteré porque fui directamente al hospital, pero los que volvieron, no tuvieron ningún reconocimiento. Si uno lo piensa, los combatientes que mueren por la patria, son patriotas, y los 11.000 efectivos que fueron a las islas, fueron a representar a los 30 millones de argentinos, que era la población de ese momento. Los patriotas que dejaron la vida por la patria son 650, más o menos, pero los otros 10.350 también debieron haber sido reconocidos y no fue así. El argentino es muy exitista, no solamente en el fútbol, en esto también, no se ganó la guerra, no se vio lo que se dejó en el camino y no se reconoció el sacrificio.
-¿Qué reconocimiento creés que deberían haber tenido?
El que muere por la patria es patriota, y el otro está un escalón abajo, no 50. La guerra terminó en junio del ’82, sacando los familiares de los caídos o los que tuvimos algún tipo de discapacidad producto de la guerra, al resto de los veteranos recién se le firmó la pensión en 1991 y fueron dos mangos. Lo corrigió Néstor Kirchner en 2003, pero fue 20 años después. Y el reconocimiento no tendría que haber sido solo económico. Los veteranos de guerra desfilaron recién durante el gobierno de Macri, 30 años después. No se los honró como se merecían. Yo tuve la suerte de tener amigos, familia y compañeros de trabajo que siempre me han reconocido, así que no lo digo por mí. Y no está en discusión si la guerra estuvo bien o mal, porque estuvo mal, definitivamente, pero el reconocimiento tendría que haber existido.
-¿Volviste a Malvinas?
No y no volvería mientras que haya que usar un pasaporte. Se dejó mucho allá como para que haya que presentar un pasaporte para ir a un territorio que es de Argentina.
-¿Qué mensaje te gustaría que se transmita cada 2 de abril a la sociedad?
Reconocer lo que se hizo, aunque no se haya logrado el objetivo. Muchos dicen: “los chicos de la guerra”, esos chicos actuaron como hombres y hay que reconocerlos. Hay que reconocer el rol de la fuerza aérea, que para mí fue vital. Y fundamentalmente, la guerra es miseria, volver a pensar en una guerra sería ridículo. Hay que valorar a quienes actuaron y dejar claro que la guerra no es la vía correcta.*
Agradecimiento a la familia Iannici por compartir el relato.