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Vietnam, Camboya y un aniversario inolvidable
Un relato vivido sobre un destino único.
En la estancia Mahuida-Co, a pocos kilómetros de Bahía Blanca, Teresa Ramos Mejía y Gerardo Wendorff han creado un santuario natural. Con sus hijos, han transformado su hogar en un refugio para la fauna y flora autóctona, ofreciendo a los visitantes una experiencia única de conexión con la naturaleza.
La estancia Mahuida-Co, en la provincia de Buenos Aires, a escasos 70 km de Bahía Blanca, es hoy un santuario de la naturaleza y un lugar de protección de fauna y flora que nos invita a conocer paisajes incomparables de aire puro y animales sueltos.
Hace cerca de veintiocho años, Teresa Ramos Mejía y Gerardo Wendorff comenzaron a ofrecer pequeñas visitas a su campo, Mahuida-Co (Sierras y Agua, en lengua aborigen), en la zona de Sierra de la Ventana. Querían compartir toda esa belleza con los ocasionales turistas y continuar el legado de Hugo Wendorff, padre de Gerardo, llegado de Alemania en 1930, de dar a conocer estos paisajes serranos de paz y naturaleza. Al principio fue difícil porque casi no existía infraestructura hotelera ni turística en los pueblos cercanos, pero con el tiempo, cuando el turismo empezó a florecer, Teresa y Gerardo ya estaban preparados.
Ella, licenciada en turismo, recibía cada fin de semana a los visitantes “como si fuera a mis mejores amigos”, llevándolos a conocer el campo, los animales que tanto protegen y el bosque energético. La zona tiene una enorme cantidad de cuarzo que produce una energía muy especial y desconexión del estrés, además de un descanso poblado de sueños profundos. No en vano, los aborígenes del lugar llamaban a ese valle interserrano, el valle de los sueños.
Dos de sus cuatro hijos han vuelto a trabajar con ellos después de recibirse y son los encargados de ayudarlos con ciertos paseos en un curiosísimo trencito de dos “vagones” arrastrados por un tractor que los lleva por el campo, subiendo cuestas y atravesando arroyos, para conocer las distintas especies de animales que protegen y de organizar distintos eventos que se realizan en Mahuida-Co, como también el catering para las fiestas o casamientos.
Su abordaje al turismo es simple y cuidado: brindan una tarde de paseo conociendo distintas especies autóctonas como cabras, ovejas, chivos, guanacos, ciervos, avestruces y dos especies traídas de distintos lugares del mundo: antílopes y los impresionantes toros West Highland de pelo colorado y largo y cuernos que imponen respeto. “Es emocionante ver la reacción de mucha gente que no conocía el campo, no había tenido contacto cercano con esos animales y mucho menos con la paz y el silencio en medio de la montaña y, de repente, se reconoce parte de la naturaleza. Cuando llegamos a nuestro punto panorámico vemos cómo las voces se van aquietando, pasa a oírse solo el click de las cámaras de fotos y después empieza a reinar un silencio profundo lleno de tranquilidad frente a la visión de los paisajes naturales envueltos en aire purísimo. Generalmente, después de cada experiencia, recibimos muchos mensajes de agradecimiento por haberles abierto la puerta a esas sensaciones tan lejanas al día a día en la ciudad”, dice Teresa.
Toda la familia Wendorff es amante de la naturaleza, dedicada a respetarla y a cuidar el medio ambiente. Todos han viajado mucho por la Argentina, acampando y conociendo los lugares más remotos, así como por el exterior, aprendiendo también las mejores formas de atender al turista, atentos a qué cosas le pueden ofrecer para marcar la diferencia.
Son protectores de la fauna y flora nativas, aunque, en la provincia de Buenos Aires, esta última cuenta con unas pocas flores silvestres y solo arbustos como espinillos o chañares, tanto que Charles Darwin, en su paso hacia la Patagonia, la llamó el desierto verde. Los bosques de árboles de gran porte como pinos, eucaliptus y robles que cubren las laderas de la sierra fueron introducidos desde distintos lados, y muchos plantados personalmente por el padre de Gerardo.
“Estamos en un lugar privilegiado y lo honramos compartiéndolo con nuestros visitantes, que lo reconocen al sorprenderse, por ejemplo, en medio de una caminata tranquila por los pinos, donde pueden toparse con un ciervo o una cierva con su cría que, después de mirarlos un rato con sus ojos enormes, saltan entre las piedras y desaparecen. Los chicos disfrutan inmensamente esta experiencia cuidada y a la vez salvaje, y a los padres les cambia la energía y descubren un momento de tranquilidad inigualable en familia”, agrega Gerardo, quien es el encargado de guiar nuestro tour lleno de entusiasmo, poblándolo de cuentos y anécdotas divertidas.
Hoy, toda la zona ha crecido y ofrece mucho para ver a poco más de 600 km de Buenos Aires. Hay hoteles, cabañas y alojamientos y el tráfico de turismo es intenso y, por suerte, cada vez más respetuoso, en especial gracias a las escuelas que han ido sembrando ese respeto por el medio ambiente y por la naturaleza y logran que los chicos de los colegios se comporten muy bien y cuiden de no dejar basura.
Con los años, se han ido organizando muchas actividades como cabalgatas, trekking con acampe nocturno por cerros recién abiertos al turismo, golf en la cancha de Sierra de la Ventana, ciclismo, escalada de montaña —que algunos usan como práctica para escaladas más altas—, pesca en la laguna Las Encadenadas, visita a las ruinas de Epecuén o a la obra del arquitecto Salamone, recorridas por viñedos y olivares nuevos que venden sus productos, excursiones en verano para bañarse en los piletones de los arroyos de montaña y hasta la posibilidad de conocer las playas inmensas de Monte Hermoso como un programa de un día entero.
“Cuando vine a vivir al campo de recién casada, jamás me imaginé ser parte de un emprendimiento turístico en nuestra propia casa y con mi familia, y de disfrutarlo muchísimo”, nos cuenta Teresa, orgullosa del fruto del trabajo conjunto de tantos años.
Texto: Country Magazine
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