Viajeros & Corresponsales
Vietnam, Camboya y un aniversario inolvidable
Un relato vivido sobre un destino único.
Tres hermanas descubren la Grecia de sus antepasados en un viaje a Atenas y las islas Cícladas. Enamoradas del lugar, se prometen volver una y otra vez para conocer más y disfrutar de ese paraíso.
Que el bisabuelo Teodoro Ioanidis hubiera llegado de Grecia con su mujer en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, convirtió su historia en algo lleno de misterio para toda la familia, que soñaba con conocer esa tierra algún día. Sus recuerdos, guardados por años en un cuaderno de tapas negras con una pequeña bandera griega pegada en la portada, fueron una motivación entrañable y certera para emprender el viaje.
Con mis hermanas decidimos que lo mejor para honrar a ese hombre, cuyo nombre significa “regalo de Dios”, era viajar para recorrer los sitios que mencionaba con nostalgia. Iríamos a Atenas y a algunas de las islas Cícladas que había recorrido de niño con su abuelo pescador: Mykonos, Folégandros, Sifnos y Milos.
Seguras de que no queríamos excursiones multitudinarias y necesitábamos independencia para disfrutar de cada sitio y conectar con la energía de nuestros ancestros, decidimos no perder tiempo organizándolo nosotras mismas y dejarlo en manos expertas de la agencia Mundo MBA, con la que solemos viajar y que siempre nos soluciona todo.
El 25 de mayo aterrizamos en Atenas. Conscientes de que muchas veces no se reconoce su importancia turística y cultural, decidimos quedarnos cinco días para comenzar nuestra inmersión en la vida pasada de Teodoro y Helena. Un transfer nos llevó directamente al Electra Palace Athens, nuestro hotel soñado. Atenas, cuna de la cultura, la democracia y el pensamiento de Occidente, florece a cada paso, ofreciéndonos un refinamiento y una belleza que pocos se toman el tiempo de admirar.
Desde ya, nuestros primeros destinos fueron la deslumbrante Acrópolis, el Ágora y el Museo de la Acrópolis, el más famoso de Grecia y una de las maravillas de la cultura helénica. Este edificio, bañado por la luz del sol y frente al Partenón, está lleno de colecciones increíbles.
Con el clima ideal de la primavera, elegimos caminar por algunos de los barrios menos turísticos que representan un verdadero portal al alma griega, alejados del bullicio de lugares como Plaka. Exarcheia es un barrio de ambiente moderno, juvenil y revolucionario, lleno de murales de temática política, librerías, tiendas, y restaurantes sencillos y acogedores. Allí se encuentra el Museo Arqueológico Nacional, que alberga colecciones de la era neolítica, el arte de las Cícladas y el período micénico.
También recorrimos Psirri, un paralelo de nuestro Palermo, Kolonaki, que se asemeja a una tradicional y refinada Recoleta, y por supuesto, las plazas Sintagma y Omonia, y el bellísimo y refrescante Jardín Botánico.
Nuestra hermana menor, Sofía, licenciada en arte, aprovechó la oportunidad para visitar otros museos importantes: el increíble Museo de Arte Cicládico, el Museo Benaki y el Museo Bizantino y Cristiano.
Agotadas de tanta información, la invitamos a una de las experiencias más bellas en Atenas: el recorrido hasta el Cabo Sounion, donde, desde un acantilado sobre las ruinas del Templo de Poseidón, se puede ver el atardecer sobre el mar Egeo en un silencio conmovedor.
Otra experiencia inolvidable fue la subida en teleférico al Monte Licabeto, donde cenamos mirando la bellísima ciudad iluminada desde lo alto.
Si bien no conseguimos entradas para esos días, al regreso de las islas logramos asistir a un espectáculo inolvidable: La Traviata en el teatro griego Odeón de Herodes Ático, construido en el año 161. Durante el Festival de Atenas (de mayo a septiembre), este escenario tan único acoge espectáculos musicales que erizan la piel.
Con nuestro helenismo a tope, nos dirigimos a las islas: sol, paisajes increíbles, aguas transparentes y el sonido mínimo de pequeñas olas rompiendo en la playa. Visitamos Mykonos, Sifnos, Folégandros y Milos. El clima benévolo, el sol, el blanco y azul vibrante, junto al fucsia y rosa de las santa ritas, y las deliciosas calles de piedra nos enamoraron al instante.
Sabíamos que Grecia nos invitaría a volver más de una vez para agregar maravillas como Santorini, Creta y otras islas pequeñas. Quizás en el futuro alquilemos un barco para navegar con el sonido del viento en las velas.
Desayunar frente al mar, saboreando sandías y melones llenos de color e increíblemente dulces, nacidos bajo el impiadoso sol mediterráneo, fue una experiencia que abarcó todos nuestros sentidos.
Disfrutamos de una gastronomía variada y simple: ensaladas griegas con pistachos, alcaparras y el queso local de cada isla, rociadas con fragantes aceites de oliva. El pescado, los pulpos y el vino, todo era una fiesta. Los hojaldres como las tiropitas (queso y huevo) y las spanakopitas (espinacas, queso feta y eneldo) se deshacían en la boca, llevándonos a sabores familiares que alguien de la familia preparaba para no sentirse lejos de casa.
Tiropitas
La primera isla, Mykonos, nos ofreció sus playas de aguas cristalinas, su divertida vida nocturna y preciosos paseos a monasterios e iglesias, como la Catedral Ortodoxa de Panagia Paraportiani, un complejo de cinco iglesias blancas con la típica arquitectura de la zona.
Folégandros, tan bella como Santorini pero menos contaminada por el turismo masivo, mantiene mejor su identidad cicládica, aunque en sus negocios podemos ver los productos más refinados de la joyería y la moda.
Milos y Sifnos, dos pequeñas gemas del Egeo donde el silencio, las vistas y los hoteles de lujo simple y natural, nos enamoraron para siempre.
Donde nos hospedamos:
Ø ELECTRA PALACE ATHENS https://www.electrahotels.gr/hotels/electra-palace-athens/
Ø MYKONOS GRAND HOTEL & RESORT https://www.mykonosgrand.gr/
Ø SIFNOS HOTEL & VILLAS https://stayatnos.com/
Ø GUNDARI RESORT FOLEGANDROS https://www.gundari.com/
Ø DOMES WHITE COAST MILOS https://www.domesresorts.com/domeswhitecoastmilos/
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