Acompañamos a estas tres amigas en su aventura por Japón, un viaje lleno de cultura, tecnología, y lujo, donde cada experiencia es un descubrimiento único.
Teníamos un sueño: conocer Japón. Dos médicas y una contadora que ya habíamos recorrido Europa, EE. UU., América Latina y el norte de África. De repente, sin siquiera planearlo demasiado, apareció Japón.
Lo que hasta entonces parecía casi inalcanzable, se concretó de manera simple y fácil. Los planetas se alinearon con la propuesta de la agencia de viajes, MUNDO MBA, que Paola nos trajo, aconsejada por uno de sus pacientes, quien no paraba de alabar su experiencia. Estuvimos de acuerdo en contar con la ayuda de profesionales que nos facilitaran todo, para maximizar nuestro tiempo, recorrer tranquilas y descubrir ese país extraordinario. Una consigna quedó clarísima: dejarnos mimar en los hoteles más lindos y exclusivos, un premio que merecíamos y que resultaría un recuerdo inolvidable. Contactamos a la agencia, le contamos nuestros intereses y ellos se encargaron de armar nuestro viaje a medida.
La agencia preparó nuestros Tokio y Kioto, y agregó al recorrido algunas perlas inesperadas como la pequeña isla sagrada de Miyajima, cerca de Hiroshima, con sus santuarios y templos budistas milenarios y sus parques donde ciervos pasean libremente. Allí se encuentra también la famosa Puerta Torii Flotante, una puerta tradicional que suele encontrarse a la entrada de los santuarios sintoístas y simboliza el portal de transición de lo mundano a lo sagrado. Cientos de ellas, pintadas de un rojo intenso, se alinean en una hilera enorme que asciende hasta las partes más altas de una montaña.
Tokio nos impactó. Vibrante a toda hora, nos deslumbró con sus colores, sus grandiosos edificios de firmas como Tod's o Prada, que, en su afán de modernización, cada pocos años derriban y reemplazan por otros. Increíbles sus autopistas elevadas, sus noches de neón, la inmensa cantidad de gente y la amabilidad extrema de sus habitantes.
Curiosas, buscamos el famoso cruce de dos pasos de cebra en forma de cruz que aparece en documentales y películas, el más transitado del mundo y, sorprendentemente, también el más ordenado y silencioso. Recorrimos la ciudad, confirmando el desenfreno del consumo que palpita en el ambiente, al cual nos sumamos encantadas, enamorándonos de ropa, objetos y regalos.
En la bellísima Kioto y sus alrededores, no solo disfrutamos de la ciudad sino que también hicimos la experiencia exquisita de tomar un taller de cerámica, del cual cada una trajo su pieza de recuerdo. Conocimos dos jardines imperdibles: el de arena del Ryoanji, el más famoso de Japón, ubicado en un santuario sintoísta, y el bosque de bambú, con sus verdes interminables y cuyos sonidos provocados por el viento representan parte del Tesoro Intangible de la Nación.
Conocimos Hiroshima con su inmensa y pesada carga histórica, una ciudad absolutamente nueva que contrasta con templos y castillos cercanos de más de 600 años que parecen flotar entre las nubes. Desde el primer momento, Japón desafió nuestros sentidos: nos sorprendió, nos obligó a aprender palabras, significados, historia y arte. Nos atrapó por completo, envolviéndonos en una felicidad y curiosidad que querían más y más.
Los hoteles fueron un tema aparte. Nos dieron a elegir entre muchos, todos deslumbrantes. En Tokio, en el elegante barrio de Ginza, donde se encuentran los mejores, nos alojamos en el Bulgari Hotel, pero visitamos muchos más para tomar algo, reponer fuerzas y disfrutar de tanta perfección estética. En Kioto, el Ritz-Carlton se impuso con una ubicación perfecta sobre el río Kamogawa y vista a las montañas, cerca de todo, incluyendo Gion, el barrio de geishas más famoso de la ciudad, nos recibió como a reinas.
Cada hotel nos ofreció un lugar ideal para descansar después de tantas emociones y experiencias incomparables, pero, para las tres, la propuesta estrella del viaje fue el mimo exclusivo de quedarnos en un Ryokan, un tipo de alojamiento tradicional creado originalmente para hospedar a viajeros de paso, que hoy se utiliza como hotel de lujo, ofreciéndote la posibilidad de empaparte en la cultura japonesa. El nuestro fue el Gora Kadan, en la zona de Odawara, a dos horas de Kioto. Allí, durante el día, visitamos el Monte Fuji, tan fotografiado y pintado por generaciones, tan emblemático, y, al volver, disfrutamos de la belleza perfecta y la armonía de su decoración refinada, además del placer de sus aguas termales y unas sesiones maravillosas de relax en su spa.
Felices por nuestra elección de viaje y de agencia, podemos confirmar que Japón es siempre una fiesta para los sentidos: cada estación tiene un encanto especial que convierte la estadía en un conjunto de impresiones increíbles. Cerezos en flor, nieve (se puede ir a las montañas a esquiar y conocer las termas y los famosos monos de la nieve), insuperables colores de otoño, trenes futuristas, comida fascinante, flores y plantas asombrosas, la mayor tecnología del planeta y mil cosas más.
En Japón, todo, como en un haiku, se conjuga en un puzzle donde cada pieza encaja para formar una síntesis exquisita de esa forma silenciosa y perfecta de entender la naturaleza y la vida.
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