Túnez en familia

“La expectativa soñada de hacer un viaje de vacaciones en un lugar diferente con nuestros hijos, sobrinos y sus parejas se cristalizó hace unos años. Una aventura familiar de alegría y diversión que encendió la mecha de un deseo constante de planes para repetirla.”

Túnez en familia

Pocos viajes deben dejar recuerdos tan entrañables como aquellos que hacemos en familia cuando nuestros hijos dejan de ser niños. Anécdotas que guardaremos para siempre de esos momentos en los que juntos y sin apuro, descubrimos lugares inesperados, aprendiendo cosas, riéndonos y dejándonos atravesar por todo lo nuevo que el mundo nos ofrece, sacando millares de fotos para registrarlo todo y conservarlo como el más preciado tesoro doméstico.


Hace pocos años los planetas se alinearon a partir de una invitación a un casamiento en España. Ir allí con nuestros hijos y completar con ellos una escapada familiar era un combo increíblemente atractivo que planificamos al detalle para que no fallara. La elección del segundo destino era fundamental: no debía tratarse de una ciudad demasiado importante porque, como padres, corríamos el riesgo de que cada uno saliera para un lado distinto y finalmente no les viésemos ni el pelo en toda la semana. La idea era encontrar algo más exótico y atractivo donde, de paso, la vida nocturna no fuera la de Ibiza. Túnez resultó perfecto. Éramos once.


Para alojarnos elegimos Hammamet, una playa que en plena temporada está demasiado llena de gente, pero en junio fue perfecta. Desde allí hicimos salidas a conocer lugares en nuestra combi enorme conducida por Ahmed, con quien improvisamos un equipo que funcionaba aceitadísimo: él daba las explicaciones en francés y micrófono en mano, jugaba a la traductora para mis pasajeros.


Las mañanas en la playa del hotel eran distendidas y sin horarios. El mar transparente y manso atrapaba y de los chiringuitos salía una música hipnóticamente árabe que, con el correr de las horas se iba occidentalizando hasta llegar a Luis Miguel. La estadía estuvo repleta de hallazgos, de emociones, de historia y color, y fue, a la vez, un tiempo calmo, donde cada cosa se convertía en inolvidable, envuelta en la calidez del mediterráneo.


En una semana tuvimos tiempo de descansar y de conocer cosas interesantes para todos. Lo primero fue en anfiteatro de El Djem, imponente coliseo romano, usado como locación en la película Gladiador, que pudimos disfrutar en soledad, imaginando su tremendo pasado de luchas, fieras, sangre y circo bajo un cielo azul intenso y diáfano.



Túnez en familia

Anfiteatro de El Djem.


En Túnez, a unos 60 km de Hammamet, el Museo del Bardo valió la pena para asombrarnos con las colecciones de mosaicos de época romana más bellas, importantes y mejor conservadas del mundo entero. La Medina nos transportó al pasado con sus calles laberínticas y su oferta increíble de alfombras, artesanías y curiosidades y sació nuestras ganas de comprar recuerdos.


Dos de nuestras perlas fueron Cartago, Patrimonio Mundial de la Humanidad, y el pueblo de Sidi Bou Said. Las ruinas del importantísimo puerto militar de Cartago fundado por los fenicios en el siglo IX AC, nos recordó su historia fantástica, el asedio de las potencias del Mediterráneo antiguo, las guerras, el triunfo de Roma y la aventura de Aníbal, el general cartaginés que cruzó los Alpes y los Pirineos con su ejército y treinta y ocho elefantes.


Muy cerca de Sidi Bou Said recorrimos la increíble Casa de la Pajarera, una villa romana restaurada y uno de los lugares más bellos para visitar con sus habitaciones pavimentadas con mosaicos diferentes con dibujos de flores, frutas y pájaros sobre todo pavos reales (algunos de los cuales fueron llevados al Museo del Bardo).


Sidi Bou Said es una maravilla con calles estrechas y casas encaladas con detalles azules y una explosión de santa ritas florecidas en amarillos rosas fucsias rojos naranjas trepando exuberantes por los patios junto a un concierto de puertas diferentes de todos colores. Ciudad fragante de jazmines y menta, Sidi fue en el SXIX el lugar de veraneo más elegante de Túnez. Artistas como Paul Klee y escritores como Oscar Wilde, Gustave Flaubert, el Nobel de Literatura francés André Gide, Sartre o Simone de Beauvoir se enamoraron de ella y la eligieron para pasar largas temporadas de inspiración o trabajo. Abrumados por imágenes y sorpresas, por tanto que procesar, necesitábamos un descanso y, como por arte de magia, apareció nuestro oasis en lo alto, con vista al increíble azul turquesa del mar: el Café des Délices. Con sus mesas al aire libre y sus asientos de mampostería cubiertos de alfombras y almohadones coloridos, listo para deleitarnos con un aperitivo refrescante o un té de menta al caer la tarde, antes de volver al hotel.



Túnez en familia

Café des Délices, Sidi Bou Said.


Seguros de que la experiencia marcó un recuerdo inolvidable, agradecido y feliz en nuestra historia familiar, empezamos a planear todos juntos nuestra próxima aventura.


Texto: Luz Marti

Creditos Fotos: Luz Marti

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